Por el rescate de nuestra patria

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Por: Percy Vilchez Salvatierra

Ante una calamidad tan grande como la suma de la corrupción y estulticia de los representantes del Poder Ejecutivo central y la minusvalía de la entera totalidad del Congreso, podemos concluir que nunca antes la condición protectora de las instituciones de una sociedad han definido su objeto teórico  respecto de proteger a los ciudadanos de aquellos que gobiernan para sí mismos sin importarles en grado alguno el interés público  sino su propio placer (como escribiera en el siglo XVI, el poeta, filósofo e historiador escocés George Buchanan). Lamentablemente, en nuestro país tampoco contamos con sólidas instituciones sociales y, en gran medida, las acciones de los políticos actuales solo exponen el crudo marco de ambiciones estrechas de la mayoría de peruanos que llegan a tener una posición de privilegio.

De hecho, todas estas actividades expuestas durante el primer año del gobierno de Castillo son condenables y repudiables, pero no son demasiado distintas a las realizadas por los gobiernos que precedieron al vigente mandato gubernamental. Lo que sucede es que en el caso de Castillo toda la derecha ha estado interesada en demostrar lo que en otros tiempos se alcahueteaba en silencio, acaso sazonado por pingües sobornos.

Todo ello no resta, ni un ápice, la gran responsabilidad de Castillo en esta catástrofe, pero sí ejemplifica el modo en que se mueve buena parte de la masa de políticos en boga.

La izquierda, por otro lado, como no puede ser de otra manera, no ha cesado ni puede cesar en su empeño de contribuir una y otra vez en esta demente realidad provocada por su ceguera, sus concepciones fantásticas y sus odios irremediables que han condenado al país a la incertidumbre pues no se sabe hasta cuando Castillo se mantendrá  en el poder (el discurso del 28 de Julio ha demostrado que el presidente no piensa renunciar, que no tiene ningún sentido de la autocrítica y que sabe o intuye que el Congreso no se pondrá de acuerdo para vacarlo con o sin sus *niños”). Además, durante casi todo este primer año transcurrido, esta misma izquierda, le ha dejado ser y no hacer cuando es seguro que si el infeliz mandatario fuera derechista hace rato habrían intentado destituirlo, zarandearlo y destruirlo.

Sin embargo, la máxima responsabilidad no la tienen los deprimentes actores políticos sobre los que enumerar sus desaciertos y defectos deviene en materia sobrante dada su evidente y contumaz tendencia a la insignificancia y el mal. La principal responsabilidad de este desastre la tienen los electores que no supieron discernir en el momento decisivo y desde el instante inicial que no se podía ni se puede confiar en dos individuos como Keiko y Castillo, ambos de calañas tan ampliamente comprobadas como las peores tanto desde el punto de vista moral como el intelectual y si bien este primer año ha expuesto al presidente en toda su magnitud de deplorabilidad, es claro que era el más iletrado de los candidatos a la presidencia y eso no se puede obviar por motivos sociológicos o ideológicos como ha pretendido hacer la izquierda hasta la fecha, sobre todo, bajo la idea nefasta de que Verónica Mendoza iba a proporcionar los cuadros técnicos adecuados para sostener al gobierno de Castillo, lo que era un embrollo genésico, pues no pocos de dichos individuos padecían de enajenación e inadecuación para afrontar los destinos del país.

En este sentido, Shakespeare cuestionaba, en aquella Inglaterra fecunda de su tiempo, cómo fue posible que pese a sus sólidas instituciones sociales (con las que, reitero, el Perú nunca ha contado) había consentido a gobernantes tan erráticos y tiránicos como Ricardo III o Escocia, en su fantasía, se haya visto sacudida por los embates de lord y lady Macbeth. Es decir, siguiendo a Stephen Greenblat, “¿En qué circunstancias revelan, de repente, su fragilidad esas instituciones tan preciadas, aparentemente bien arraigadas e inquebrantables? ¿Por qué una gran cantidad de individuos aceptan ser engañados a sabiendas? ¿Por qué suben al trono personajes como Ricardo III o Macbeth?”

En el caso peruano, creo que existe una tendencia a cerrar los ojos ante la realidad, lo que tiene como correlato no decir jamás con arrogancia las cosas como son. En nuestro país, se prefiere siempre el alfilerazo al látigo y los que suelen vociferar en nada se apartan de la esterilidad pues sus patéticas bravuconadas están absolutamente exentas de ideas. Esa es la clave de todo este maldito problema.

Ante la ignominiosa segunda vuelta de 2021 lo que debió hacerse era vetar a los dos candidatos miserables que accedieron a dicha justa (véase el artículo 184 de la Constitución Política vigente) y pese a que Sagasti era y es indeseable a su manera, debería haber conducido a una nueva elección presidencial en la que las fuerzas contendientes se vieran forzadas a hacer alianzas que hubieran permitido, por lo menos, la concreción de planes mínimos respecto del incidental gobierno derivado de aquel reajuste ideal.

Claro está que “ser general después de las batallas es fácil” como dice el pueblo, pero tengo la suerte de haberme pronunciado en su momento respecto de la inidoneidad manifiesta de los dos candidatos más deplorables de la historia y así consta en mi columna habitual y en mi programa “Libertad Bajo Palabra” y en mi último libro de ensayos “Doscientas Imágenes Críticas del Perú ante el Bicentenario – La Verdad Oculta).

En todo caso, retomando la línea del “The Bard”,  la condición por la que la gente accede a ser engañada o a consentir a los gobernantes pésimos resulta una forma ostensible de complicidad, que en el caso peruano se matiza por los desvíos ideológicos de la izquierda malamente dominante en los predios académicos que prefirió como siempre el error electoral de vetar a un opositor ideológico por táctica “democrática” cuando, en realidad, no creen ni creerán en una democracia burguesa. Lo curioso es que Castillo acabó siendo un tipo de opositor ideológico más severo que cualquier otro pues al ser una completa nulidad entorpeció todo en redor suyo.

Y es duro exponerlo pero estos son los problemas que han degenerado en la presente crisis y debemos, por lo tanto, dar una alternativa de solución y para ello debemos reflexionar sobre lo que implica ser presidente con el fin de que no se repitan nunca más estos extravíos malditos.

El presidente debe ser el primero entre los individuos más notables de su país, el primer ciudadano. No puede ser un improvisado ni un aventurero sino una persona cabal en cuyo ser se han de combinar cinco elementos primordiales: talento, fuerza, poder, autoridad y fama, la clásica “auctoritas” del mundo romano.

El problema que deviene es preguntarnos ¿cuáles han sido los personajes de nuestra historia nacional con elementos suficientes para ser denominados de esta forma? ¿Quiénes son los llamados a asumir estos tan difíciles trabajos?  Terrible es expresarlo, pero nuestro país ha sido siempre huérfano en estos predios y, además, hay un motivo todavía más grave,  puesto que los peruanos han renunciado al poder de verdad y solo se han limitado a administrar más mal que bien, desde luego, al país y en sus peores extremos como el actual, a saquear las arcas públicas para beneficiar a la vil sarta de tipejos que forman la argolla de cada mandatario y cada aspirante al Palacio de Gobierno y al Congreso.

También, y tan grave como todo lo anterior, debemos considerar que casi todos los peruanos han renunciado a representar de verdad al país pues ningún presidente ha tenido la intención de exponer una visión coherente y contundente de lo que somos y lo que debemos ser (ni siquiera Velasco). Hubo gente con ideas en el pasado, eso no se puede negar, pero el mismo país fue demasiado esquivo con sus proyectos ya sean estos individuos gente como González Prada o Haya, inclusive Mariátegui. Ha faltado más savia y sangre nueva y potente en los medios intelectuales y políticos desde el inicio mismo de nuestra experiencia republicana y el momento presente es solo la conclusión infernal del abandono sustancial que ha cumplido este 28 de Julio de 2022,  201 años de infecundidad.

El desastre de la coyuntura y esta extensa crisis agudizada y sin frenos desde 2016 no nos debe apartar de todos estos temas de fondo. Si no resolvemos esta raigal frustración y esta absoluta privación de dirección y empoderamiento de nuestro país, solo nos condenaremos una y otra vez a repetir este círculo vicioso.

Por lo expuesto, Castillo nunca más (otro “Castillo” nunca más), pero, también, nunca más Sagasti ni Vizcarra ni, mucho menos, el Fujimorismo u otros partidos que se han desarticulado para atacar por otros frentes de acuerdo a su natural doblez. De hecho, hay que tener cuidado con la multitud de casos de travestismo político que solo buscan perpetuar las antiguas mañas con caretas nuevas respecto de las elecciones regionales y municipales de octubre.

Finalmente, las develaciones de Bruno Pacheco son positivas como un duchazo corrosivo. Exhiben no solo a Castillo sino a una estructura preexistente e invariable, pues a estas alturas a nadie le debe ser permitido creer que los anteriores presidentes no han incidido en iguales o peores despropósitos que el infeliz mandatario actual.

Hay muchísimo que hacer y el control vigilante de los votantes dignos ha ejemplificado hasta el extremo el fracaso constitucional de semejante inepcia ya no solo entre los intelectuales (pese a sus columnas) sino entre los propios actores políticos que mantienen sus lenguas bien ocultas en sus bolsillos más profundos en lugar de tratar de reflexionar de verdad y ofrecer dichas reflexiones  a un pueblo que  necesita tanto pensamiento como acción, acaso solo porque esperan enjuagarse y reencaucharse en un próximo período electoral.

La solución única y definitiva estriba en dos premisas básicas para todos los ciudadanos, autoeducación (nunca como hoy casi todos los libros del mundo están a disposición a solo un click de nuestras manos) y compromiso político ya sea en partidos nuevos, partidos tradicionales que tengan una manifiesta y real voluntad de reforma, grupos autogestionarios o comunidades de base. Busquemos la forma que nos sea más precisa, pero no volvamos a abandonar la conducción del país como mal se ha hecho durante los últimos dos siglos.

El Perú es aun una promesa pendiente y un juramento incumplido. Malditos sean quienes persistan en el abandono descrito que condenamos.

29 de Julio de 2022.

 

PERCY VILCHEZ SALVATIERRA

Escritor. Abogado. Comunicador. Analista político. Director de Libertad Bajo Palabra. Director de Valor.Pe.

[Ha publicado “Metafísica del Precipicio” (2015), “En Los Ojos de la Esfinge” (2016), “DOSCIENTAS IMÁGENES CRÍTICAS DEL PERÚ ANTE EL BICENTENARIO ( La Verdad Oculta)” (Octubre 2021) y “METAFÍSICA” (Marzo 2022).

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