Por: Francisco Léon
La crisis política que vive el Perú es una constante que ha signado toda nuestra historia republicana. Es la misma crisis que tiene su origen en la supuesta “independencia” nacional y la mala conformación del Estado peruano, la ausencia de Nación e institucionalidad. El Perú es un paciente que padece una enfermedad degenerativa. Así, tomamos como épocas de “bienestar” los años en que los gobernantes son “algo capaces” de organizar el caos en que vivimos, claro está en absoluta dependencia del mercado internacional que define el precio de las materias primas que exportamos.
Vizcarra es un hombre que lucha contra la corrupción, aunque debemos recordar sus vinculaciones con el escándalo de Chinchero, pero lo cierto es que la crisis se ha acentuado. Aunque ya parece estar calmándose, solo será una tregua temporal mientras no se agudice la lucha contra los elementos que juegan en contra del país, desde siempre y algunos de reciente aparición.
El primero es la derecha, CONFIEP y sus allegados, que solo busca ganancias sin importarle el territorio que habitan y ven como una chacra. El otro es el fujimorismo. Un producto de la descomposición social que elevó la marginalidad e informalidad a categorías políticas. Estas son las fuerzas principales que determinan la inacabable tragedia que estamos viviendo. Para completar el cuadro tenemos al aprismo como furgón de cola y aliado del fujimorismo y una izquierda que no marca ni ofrece un rumbo claro. Esto sin hablar de los partidos que son vientres de alquiler y sirven para apetencias personales de “ilustres” personajillos con hambre de poder.
Debemos pensar un momento: ¿hacia dónde vamos? ¿Tiene futuro el Perú? ¿Existe un plan nacional de aquí a 30 años, al menos? Seremos uno de los principales países afectados por el cambio climático, debido a nuestra altísima variedad de climas. Sin embargo NADIE coloca el tema como prioritario en la agenda política nacional. Miren sino el discursete de Salvador del Solar en la Cumbre de Acción Climática de la ONU.

Somos un país de mentira, de pacotilla, una república bananera, un territorio donde los habitantes, puesto que son pocos los ciudadanos, tratan de sobrevivir sin tener las necesidades elementales cubiertas, con un sistema de salud, de educación, de seguridad, colapsados. Un país en el que persisten taras coloniales, como el racismo y el clasismo.
Todo ello, a pesar de la “mejora” que reporta el Boston Consulting Group (BCG) para el estudio “Medir el bienestar para mejorarlo: la evaluación de desarrollo económico sostenible 2019”. Dicho estudio nos coloca en el puesto 76, según el semanario Gestión. Sin embargo, la realidad no es un calco de los indicadores. Eso se deja entender cuando dicen que hemos tenido una mejora en empleo, por ejemplo.
Retomando, no somos una nación porque esa nunca fue la intención de las “elites” gobernantes. En este escenario, porque la política se debe analizar con base a los escenarios, es donde el TRAIDOR a la patria, desde tiempos inmemoriales, PPK hizo ingresar una migración descontrolada. Las consecuencias las sufrimos día a día y para variar nos enfrentamos entre peruanos por dicho tema.
No podemos negar que el cierre del congreso ha sido un gran paso para desalojar a las mafias allí instaladas. No obstante, el país mejorará solo cuando un presidente decida llevar a cabo reformas de carácter estructural. Debemos desmontar, pieza por pieza, la sociedad informal creada por el fujimorismo. Empecemos por el modelo económico neoliberal, el modelo extractivo y que beneficia solo a las empresas mineras transnacionales, el cambio una constitución no hecha para la persona sino pensando en el mercado, la reforma total del Poder Judicial, acabar con los beneficios tributarios producto del lobby, evitar el ingreso del narcotráfico en la política mediante el financiamiento a candidatos, etc.