Por Edwin A, Vegas Gallo
La palabra INTEGRIDAD deriva del latín integer, que significa “entero”. En relación a los humanos, es una cualidad del “estado de un individuo que tiene total entereza física, mental y espiritual cuando lo que piensa, lo que dice y lo que hace tiene un mismo sentido y son coherentes entre sí”. La integridad es comprendida como un derecho humano consagrado en 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Son sinónimos de integridad: entereza, honradez, probidad, rectitud, moralidad, decencia, lealtad. Antónimos: corrupción, deshonestidad. Incapacidad no es sinónimo de integridad.
Traigo esto a colación, por la clara e evidente carencia de integridad moral y personal de los señores Vizcarra y Merino, en este malhadado juego de tronos, con una generación de ambiciosos por el poder, en que se ha convertido el quinquenio político 2016 – 2021. El caso internacional más emblemático de ausencia de integridad moral presidencial, ocurrió con la vacancia de Richard Nixon, por el Congreso USA, cuando en doble falta (bien se dice que el hombre es el único animal que choca dos veces en la misma piedra): primero, ocultando el Informe McNamara, que argumentaba la no conveniencia de continuar con la Guerra de Vietnam, pretendiendo controlar y callar a la prensa libre, situación que llegó hasta la Corte Suprema que por seis a tres votos, ordenó se publique el Informe y segundo, los audios espías en la Convención del Partido Democrático, que devino en el escándalo Watergate y la vacancia de Nixon por su falta manifiesta de integridad moral y personal, tan necesaria para la gestión de los Estadistas.
En el Perú faltas graves de integridad moral y personal, las tenemos en los vladivideos que propiciaron la caída de Fujimori, los CNM audios de los “cuellos Blancos” y ahora los Vizcarra audios, pasando por la llamada telefónica de Merino “para darles tranquilidad a los militares”. Entre otros casos de falencia de integridad están, la “huida olímpica del candidato ante el amago de incendio, en un almuerzo romántico”, el “plagio de libros”, o los “cocteles de fondos de campaña”; no faltando los casos de los ex presidentes de la República, procesados, encarcelados o suicidados.
Es bien cierto, la integridad de los políticos peruanos está en conflicto, sin principios sólidos para una ética política, con la finalidad de que constituyan principios morales, que nos protejan a peruanas y peruanos, más aún en este difícil tiempo pandémico, con recesión económica. Este concepto de integridad debe formar parte de las políticas públicas.
Ello me lleva a pensar que necesitamos construir una cultura de integridad ciudadana, para la formación de políticos ciudadanos, que respondan a la construcción de políticas y manejo de las organizaciones, donde prime el bien común y no el bien individual de una generación de políticos ambiciosos, ávidos de poder.