FIN DEL TRANSFUGUISMO O FIN DE LA DEMOCRACIA

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Por: Abraham Rivas Lombardi

En esta vorágine de malas noticias para la democracia peruana, con el presidente Castillo ahogándose a diario en los escándalos de corrupción, el Congreso de la República rompió los récords de rechazo ciudadano según las últimas encuestas de opinión[1] y se va acercando peligrosamente al dígito de aprobación, lo que sería irrelevante sino se tratara de una de las instituciones fundamentales de una democracia moderna. También batió otro récord, con las últimas disidencias conocidas ya tenemos trece (13) bancadas parlamentarias en giro, más los congresistas “no agrupados”, en suma, la fragmentación política en su máxima expresión o, mejor dicho, el transfuguismo reloaled.

 

Pocos meses atrás publiqué en este mismo portal una apreciación sobre la caótica situación política nacional y señalé que teníamos “… un Congreso de la República fragmentado y pletórico de novatos, donde las bancadas parlamentarias no son tales, sino aposentos para congresistas que responden a sus intereses personales, muchas veces distantes de los nacionales o los de su propio partido: ¡felicitaciones!, está Ud. conociendo a los hijos de la “Reforma Política” que la izquierda limeña y la concentración de medios periodísticos le impusieron a los políticos peruanos en las dos últimas décadas.”[2]

 

Bueno pues, lo que tenemos en el Congreso es el resultado de la inexistencia de auténticos partidos políticos con doctrina, organización, programa y disciplina, del voto preferencial, de la no reelección parlamentaria, de la alternancia forzada y demás “banderas” de la “Reforma Política”; donde cada parlamentario responde a sus propios intereses, sea porque es un orondo independiente invitado a participar, porque “adquirió” el lugar en la lista o porque es “ahijado/a” de tal o cual candidato. Ergo, mi compromiso con el partido termina apenas me entregan mi credencial de Congresista, sino antes.

 

Atrás quedaron los Congresos – que los tuvimos – donde las fuerzas políticas estaban ideológicamente definidas (1963-1968, 1980-1985, 1985-1990 y 1990-1992) o con la presencia de una bancada del partido gobernante en delicado equilibrio con una oposición fuerte pero democrática (2001-2006, 2006-2011 y 2011-2016). Todo lo echaron al cesto la vendetta política de la mayoría fujimorista (2016-2019) decidida a torpedear a Kuczynski y la írrita disolución del Parlamento por el impresentable Vizcarra, que engendró estos últimos Congresos (2020-2021 y 2021-2026).

 

En este oscuro escenario, las legítimas justificaciones para ser electo al Parlamento como pueden ser el ascenso en la carrera política, la vocación de servicio público o la representación de válidas aspiraciones ciudadanas, han quedado de lado sepultadas no solo por la destrucción del sistema de partidos políticos, sino también por la cada vez más pronunciada indiferencia de los ciudadanos de bien a ingresar a la arena política. Hoy, perturbadoramente el campo está libre para que el empresario inescrupuloso, el académico plagiador o el pillo cotidiano copen mayoritariamente las candidaturas.

 

No hay democracia sin Congreso y sin partidos políticos, por consiguiente, la preservación de nuestra democracia pasa por rescatar a la institución parlamentaria de los vicios que la contaminan. Un punto de partida es mitigar el campante transfuguismo que la azota y la medida debe ser radical: el escaño pertenece al partido y no al elegido.

 

En Setiembre de 2011, el Congresista Alberto Beingolea Delgado presentó el Proyecto de Ley N° 173/2011-CR denominado “Ley que previene el transfuguismo” y que modificaba la Ley de Partidos Políticos y el Reglamento del Congreso. En síntesis, el proyecto planteaba que era causal de vacancia del Congresista ser declarado “tránsfuga”, conducta que se definía así: “Se considera tránsfuga al representante electo sin proclamar, proclamado o incorporado al Congreso de la República, a un Consejo Regional o Concejo Municipal, que afecta el principio de representación popular realizando alguna de las siguientes acciones:

 

  1. Abandonar o renunciar a su bancada o a la agrupación política por la que fue electo.
  2. Ausentarse de forma injustificada, reiterada y sistemática de votaciones de interés significativo para la organización política por la que fue electo, conforme a las disposiciones que sobre esta materia establezca el reglamento interno de cada bancada o agrupación política.”

 

El fundamento del proyecto de ley rezaba: Es evidente que el transfuguismo causa un impacto negativo en la ciudadanía, afectando la confianza pública, por cuanto los representantes elegidos por un Partido Político o movimiento regional o local, aparecen rompiendo el principio de representación popular, traicionando a las organizaciones políticas que los han cobijado en sus filas y que les permiten ingresar al proceso electoral y ser electos; lo que es más grave, en muchas ocasiones sustenta esta deserción intereses personalistas o corruptas.” 

 

Producida la vacancia, debía asumir el cargo de Congresista el accesitario de la lista del partido político, el que completaba el período parlamentario. Por supuesto que tan radical iniciativa no prosperó, perdiéndose la oportunidad de cortar de raíz el previsible transfuguismo que asomaba en 2011 y que casi se ha convertido en regla en la actualidad.

 

En 2022 una propuesta tan compleja exigiría que los candidatos fueran seleccionados en auténticas elecciones primarias conducidas por el Sistema Electoral, que el orden en la lista se fijara por el resultado electoral interno y que se incorporaran algunas excepciones como la objeción de conciencia en determinadas votaciones. A grandes males, grandes remedios, ésta sería la primera piedra de la colosal obra de reconstrucción de nuestra institución parlamentaria.

[1] 12% de aprobación según DATUM Internacional, 10% según encuesta telefónica de IEP y 6% según CPI.

[2] Los hijos de la “Reforma Política”. Publicado en valor.pe el 16 de Marzo de 2022.

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Redacción

Equipo redactor de Valor.Pe