Cuatro meses tras la toma de posesión de José Pedro Castillo Terrones, los peores presagios sobre el destino de su presidencia empiezan a cumplirse. Su manifiesta incompetencia para ejercer la más alta magistratura nacional en un momento especialmente crítico para el país, aunado a la ausencia de una plataforma política propia, ha determinado que por quinta vez en cuatro años[2] un presidente del Perú afronte un procedimiento de vacancia. Consecuencia lógica para quien inició su carrera política como Presidente de la República.
El principal responsable de esta inestabilidad es el negado señor Castillo, que sabiéndose incapaz para el cargo prestó su nombre a las voraces ambiciones políticas de Vladimir Cerrón, a cambio de beneficios que en algún momento de conocerán. Solo la situación de “tormenta perfecta” en el Perú del 2021 y los propios cuestionamientos a la débil candidatura de Keiko Fujimori, pueden explicar la “victoria” al límite de Castillo en el ballotage de Junio.
Ojo que nadie debe mostrarse sorprendido por lo ocurrido en estos cuatro meses, el desmadre se vislumbraba desde Julio cuando el enmudecido presidente fue incapaz de armar su primer gabinete, organizar la transferencia del poder y demostrar alguna coherencia entre su discurso y su actuación. Claro, coaccionado por su mentor Cerrón y presionado por sus nuevos amigos de la izquierda limeña – en cristiano “la caviarada” – jugó al equilibrista sin advertir que esa posición solo lo debilitaba a él. Finalmente, Castillo prescindió de Cerrón – ajochado por el Ministerio Público – y se entregó a los brazos de sus nuevos amigos.
La acelerada pérdida de credibilidad del mandatario, sucintamente explicada por su evidente incapacidad de trasmitir liderazgo y un programa, el paulatino deterioro económico del país – maquillado por los altos precios de los minerales –, sus controvertidos nombramientos en altos cargos públicos, su pavor a responder a la prensa y, ahora, los indicios de corrupción alcanzando a su alter ego Bruno Pacheco, su insólito secretario presidencial, entre otras perlas; ha dado munición a aquellos que plantean “resolver” el problema de la incompetencia de José Pedro Castillo Terrones con la vacancia presidencial por causal de incapacidad moral, la “bomba atómica” del Artículo 113° inciso 2 de la Constitución.
Una pregunta es clave: Si el sentir mayoritario del país es que el presidente no es apto para el cargo, ¿Debemos padecerlo otros cuatro años y medio?. El problema se resolvería si el presidente Castillo en un acto de grandeza y sentido común renunciara a su mandato y habilitara la posibilidad de nuevas elecciones presidenciales, como medio de salida a la crisis política nacional. La opción Boluarte es políticamente inviable por casi las mismas razones que socavan a Castillo.
¿Es esto posible?, la realidad nos revela que no. Aunque en determinado momento Castillo tenga vocación de renuncia, lo impedirá el conglomerado izquierdista-mediático que gobierna el Perú desde la época de Toledo, que se enseñoreó con Humala y se aferró al poder con PPK-Vizcarra-Sagasti. Suplen la ausencia de cuadros técnicos y políticos del desconcertado presidente, así como le aportan los apoyos de la importante facción periodística que ha sostenido a los últimos gobiernos del Perú a precio de oro: la publicidad estatal. No solo los anima los oropeles y recursos del poder, sino también el fantasma que unas nuevas elecciones coloque a alguien de derecha o centro derecha en Palacio de Gobierno y ponga fin a sus beneficios. Sin embargo, ocurrió lo de Pacheco.
Los partidarios de la vacancia pretendían disfrazar la incompetencia personal de Castillo en una presunta incapacidad moral permanente, a fin de calzar con la causal del Artículo 113° de la Constitución. Con el intento ad portas de fracasar, cayó del cielo el escándalo de los $ 20,000.00 en el baño del secretario presidencial. Ahora, los indicios de corrupción ensucian al brazo derecho del presidente, recreando la famosa pregunta del senador Howard Baker: ¿Qué sabía el presidente y desde cuando lo sabía?[3]. Hoy, la estabilidad del gobierno depende del silencio de Pacheco y sus socios, no necesariamente de los votos del Congreso.
Sobre la vacancia ya tuvimos ocasión de referirnos en nuestra columna “Cosecha de Primavera: Vizcarra y la vacancia presidencial”, publicada en este portal el 16 de Setiembre de 2020 durante el primer intento de vacar al presidente Vizcarra, donde señalamos: que: “El problema es la holgura del inciso 2 del Artículo 113° de la Constitución, que deja al libre albedrío de los congresistas la calificación de qué mácula se considera lo suficientemente infamante para descalificar moral y permanentemente a un Presidente, lo que lo convierte el asunto en un juicio moral.
La holgura del inciso 2 permitió la vacancia de Alberto Fujimori en Noviembre de 2000 por una mayoría simple de 62 votos a favor en un procedimiento express – un día – hecho que se recuerda poco. El precedente era tan riesgoso que el Tribunal Constitucional en su STC N° 0006-2003-AI/TC (2003) recomendó al Congreso legislar sobre una mayoría calificada para vacar a un Presidente.
Nació así el Artículo 89°-A del Reglamento del Congreso, aprobado por Resolución Legislativa N° 030-2003-CR (2004) que aun cuando estableció un procedimiento de citación y sesión, así como la mayoría calificada de 2/3 del número legal de congresistas para aprobar la vacancia – 87 votos – no resolvió el problema medular: ¿Cuándo estamos frente a un caso de incapacidad moral permanente?.
Desde 2004 ninguno de los sucesivos Parlamentos se ocupó de dotar de contenido al inciso 2 del Artículo 113° como reclaman los Principios de Legalidad, Debido Proceso y Tipicidad y por conexión los principios que se desprenden de la propia sentencia del TC en el caso Tineo Cabrera (2012) lo que dejó abonado el terreno para la crítica coyuntura que padecemos actualmente.
Por eso el problema se contrae a la subjetividad de los congresistas que van a votar la moción de vacancia admitida por la cámara, más volátil aun cuando el presidente Vizcarra carece de bancada congresal. En consecuencia, son subjetivas las apreciaciones de quienes están a favor y en contra de vacarlo. En tiempos pasados la negativa de Toledo a reconocer a su hija (2002), la revelación de un hijo extramatrimonial de García II (2006) o la aparición de las agendas de la esposa de Humala (2015) bien pudieron interpretarse como causal de vacancia por incapacidad moral permanente del Presidente, pero la presencia de un bloque parlamentario oficialista disuadió a los interesados.”
Aun cuando la moción de vacancia no sea admitida por el pleno del Congreso, la credibilidad del señor Castillo ya está herida de muerte, corriendo en su contra las investigaciones fiscales contra Pacheco y contra Cerrón, en las cuales la moneda de cambio puede ser el propio presidente. No olvidemos un precedente muy cercano, el 18 de Setiembre de 2020 durante el escándalo de “Richard Swing” Vizcarra se salvó de la vacancia, pero dos meses después el 09 de Noviembre el Congreso lo echó con 105 votos conformes con el argumento de las investigaciones de corrupción durante su período como gobernador de Moquegua.
Por eso aquello de la renuncia como acto de grandeza y salida a la crisis política presente…
[1] La frase pertenece al genial historietista René Ríos “Pepo”, creador de la entrañable tira cómica “Condorito”.
[2] Pedro Pablo Kuczynski 2017 y 2018, Martín Vizcarra dos veces en 2020.
[3] Esta pregunta virtualmente selló la suerte del presidente Nixon durante la investigación senatorial al escándalo de Watergate en 1973, enajenándole el apoyo del Partido Republicano.