Por: Francisco León
Hace poco leí en un muro de Facebook la frase: “El arte en el Perú es la terapia de la clase alta”. De inmediato, lo relacioné con el objetivo y mi manera de entender el “arte”.
Lo digo para dejar en claro que esa clase de “arte”, a la que se refiere la cita, y lo entendido por “cultura”, que se toma por defecto como sinónimo de “alta cultura”, sirven en el fondo de muy poco a una sociedad como la nuestra. Es más, solidifican, en el subconsciente, relaciones asimétricas y de dominación. Crean la peligrosa sensación de que ciertas categorías son inamovibles.
Representantes de ese tipo de “Arte” y “alta cultura” son: Mario Vargas Llosa, Szyszlo y su collera de amiguitos escritores, pintores y cineastas. Me pregunto, y los invoco a reflexionar: ¿Cuál es el valor extra que los coloca en el sitial en el que están? La respuesta es, más allá de sus valores artísticos, el servicio que brindan a ese statu quo que mantiene al resto de creadores del país en la sombra, que ningunea, que vela e inmoviliza cualquier obra, o postura del artista, que resulte incómoda para ese sistema.
Fernando de Szyszlo
¿El arte como herramienta de cambio social? Sí, pero qué tipo de arte. Entendamos que cuando hablamos de “arte” no hablamos de algo monolítico. No. Existen diferencias y muy marcadas. El “arte” puede ser una herramienta de adormecimiento mental en muchos casos. Sobre todo ese con ciertas posturas posmodernas que solo sirve para ocultar la falta total de talento…
Arte y cultura son conceptos diferentes pero relacionados
Empecemos por el primero: El arte es una actividad mediante la cual el hombre recrea, inaugura, ciertos aspectos de lo que entendemos como realidad, física, espiritual, objetiva o subjetiva. Para ello, se vale de elementos materiales. La materia, incluyendo el sonido, es el vehículo y al mismo tiempo la única posibilidad de existencia del arte. Puesto que mientras no salga de la cabeza del creador, no se enuncie o plasme, no podemos dar fe de su existencia. El arte es el reino de la representación, no la mímesis burda, el calco de la realidad. A nivel histórico, aunque no entraremos en detalles, la mimesis ha tenido una importancia variable.
Se entiende por cultura el conjunto total de actividades humanas, que incluye a la gastronomía, la artesanía, el folclore, la lengua, y obviamente al arte, es decir a las bellas artes y sus diversas manifestaciones y subramas.
Entonces, cuando hablamos de “cultura”, como mencioné al inicio, muchas veces cometemos el equívoco de creer que estamos hablando de arte, o solo de este. A fin de evitar confusiones y haciendo hincapié en la relación que guardan, me referiré a las “manifestaciones culturales” para referirme a un vasto campo del arte que irá desde la pintura al rock, al arte urbano o callejero.
La primera pregunta que les hago es: ¿Es posible el desarrollo sin “manifestaciones culturales”?, ¿tal desarrollo sería un desarrollo integral? Entonces se generan otros interrogantes, por ejemplo: ¿Qué entendemos por desarrollo?
Para empezar a tratar de generar algunas respuestas, referidas al primer cuestionamiento, nos situaremos en concordancia con el pensamiento de Amartya Sen, tomado de su libro Desarrollo y Libertad, para sostener que el desarrollo, tanto individual como colectivo, es un conjunto de oportunidades, seguridades, servicios y consumos que buscarían lograr una mejora en lo entendido como calidad de vida. E incluso, como afirma Sen, el desarrollo no será un fin en sí, sino sólo un medio, para acceder a una anhelada felicidad.
Hablar sobre un tema tan controversial como las “manifestaciones culturales” y las distintas posiciones que genera, daría motivo a un ensayo que sobrepasaría en mucho el objetivo del presente trabajo. Plantearemos dos posturas sobre el debate, iniciamos con una cita de Mario Vargas Llosa, defensor de llamada “alta cultura occidental” [1] y hegemónica, tomada de su libro La Civilización del Espectáculo:
Es probable que nunca en la historia se hayan escrito tantos tratados, ensayos, teorías y análisis sobre la cultura como en nuestro tiempo. El hecho es tanto más sorprendente cuanto que la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está a punto de desaparecer[2].
Lo que está o desapareció para MVLL es la forma de “entender” la cultura, sus implicancias y al sujeto cultural en sí que tienen las élites. Pues dice que la denominada “alta cultura” debe ser: […] obligatoriamente minoritaria, por la complejidad y a veces hermetismo de sus claves y códigos[3].
Frente a esta postura, encontramos la lectura que sostiene, y con la que concordamos, que esa concepción clásica ya ha sido superada, y debe serlo, pues contiene y factualiza un conjunto de relaciones de poder, que obedecen a una visión hegemónica/occidental, la cual convalida acciones de dominio y creación de otredad, jerarquizando, creando categorías y fosilizando estratos sociales. En esta línea, y siguiendo la lógica del Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos[4], planteamos la necesidad de visualizar el papel fundamental que cumplen las “manifestaciones culturales”, agenciadas y producidas por los grupos subalternos, como clave para la auto representación, afirmación y creación de su historia, alejada del discurso hegemónico/occidental.
Debemos entonces analizar cuál es la posición del Perú, para comprender fenómenos macro en los cuales también estamos inmersos. Pues si bien existe en el país una denominada “alta cultura” que habita en museos, galerías, y sociedades sinfónicas, existen innumerables “manifestaciones culturales” al margen de la anterior denominación, creando una situación diversa, cuya respuesta, sin previo análisis, no puede ser homogénea-vertical y mucho menos burocrática, tal como hasta el presente se ha venido efectuando.
En Lima específicamente y algunas ciudades existe un mercado cultural, reducido, incipiente, que produce no solo obras, sino “artistas” llamados a satisfacer lo que ese mercado solicita, generando un feedback excluyente. Donde la articulación del diálogo entre obra y público tiene características herméticas. Además, hallamos marcados patrones de racismo y clasismo en el ámbito y manejo de dicho mercado culturoso, que se centra exclusivamente en algunas zonas Lima. Velando la realidad multiétnica del país, y por ende las formas propias de generar cultura, inherentes a cada colectividad, dejando en un afuera absoluto todo aquello producido en la periferia, o ensalzando productos artísticos desde un centro, como manifestaciones de dichas colectividades.
En un país como el Perú, a pesar del gran discurso del “crecimiento” económico, existen abismos de desigualdad, no solo entre Lima y las provincias, sino entre la Capital y sus áreas marginales. Entonces, no podemos pretender establecer patrones de desarrollo y buscar fomentar la cultura, si es que primero no han sido saneadas las necesidades básicas, previas, de la población. Lo cual no implica obviamente que los actores sociales dejen de producir cultura, ni que exista una relación directa entre mejoras económicas y desarrollo cultural.
Una vez satisfechas las necesidades básicas en su conjunto, eso no basta para acceder a una adecuada valoración de los bienes culturales. Por eso, tomamos el concepto de “Educación para la Democracia”, como estamento previo y formativo de futuros sujetos culturales, concepto de Martha Nussbaum, de su libro Sin fines de Lucro[5]. Ella establece una relación entre el desarrollo y enseñanza de las humanidades y las artes, para generar ciudadanos con una sensibilidad capaz de comprender al “otro”. Lo cual conlleva al fortalecimiento del sistema democrático, que muchas veces no es considerado como un valor en sí, si es que se puede lograr un aumento en la producción, o el PBI aun a costa de ella.
Esto es palpable en países con un sistema de enseñanza que no solo no potencia, sino que descarta las “manifestaciones culturales” por considerarlas simples exotismos improductivos, generando ciudadanos pragmáticos, que a la larga son permisibles a exclusiones, desigualdades en la distribución e inclusive a la pérdida de la democracia en aras de un beneficio exclusivamente económico. Tal como sucedió en el Perú, con el gobierno de Alberto Fujimori, donde era común escuchar frases tales como: robó pero hizo, fue dictador, pero mejoró el país, etc. Frases típicas de una sociedad que pondera lo que Nussbaum llama educación para el crecimiento económico. A dicho modelo contrapone el de educación para la democracia, basado en las humanidades, las artes y el respeto a la diversidad cultural, idiomática incluida, tan necesaria para un país como el Perú. Entonces, un individuo formado bajo este modelo, será un sujeto productor y consumidor de bienes culturales, pues aprenderá a reconocer su valor simbólico y por ende les serán necesarios.
Así pues la apreciación, consumo y creación de “bienes culturales”, que se encuentra en un estadio mayor de desarrollo, son la consecuencia de una adecuada educación. Los estudios de Martha Nussbaum demuestran que personas así formadas acrecientan el criterio y su capacidad de cuestionar, convirtiéndose en ciudadanos, que fortalecerán y construirán una democracia real o lo más aproximado a la misma. Entonces, recién allí lograremos la incidencia deseada, que da título a este evento, del arte como herramienta de cambio social.
Datos:
[1] Conceptualización que engloba el conjunto de valores simbólicos, estilo de vida y consumos, que el hombre blanco/occidental elevó e impuso a sus colonias como paradigma de lo que es la cultura, negando cualquier otra, situándola como simple exoticidad.
[2] LLOSA Vargas Mario. La Civilización del Espectáculo. Alfaguara, 1era edición, marzo 2012. P.9.
[3] LLOSA Vargas Mario. La Civilización del Espectáculo. Alfaguara, 1era edición, marzo 2012. P.12.
[4] Proyecto basado en el trabajo del Grupo de Estudios Subalternos, sud asiático, dirigido por Ranajit Guha. Duró desde 1992 al 2002. Surgió: ante la necesidad de revisar algunas categorías epistemológicas para (re)definir la esfera política y cultural de los subalternos en el interior de sociedades plurales y hegemónicas. (Manifiesto)
[5]NUSSBAUM Martha, Sin Fines de Lucro, Por qué la democracia necesita de las Humanidades. Buenos Aires. Madrid, Katz Editores, 2010.