Por Francisco León
Hace una semana emprendí un nuevo viaje a la ciudad de los hijos del Sol. El motivo, brindar una conferencia sobre identidad nacional. Llegar a la Llacta ombligo del mundo es una experiencia única en su reiteración-renovada de experiencias de todo orden. Tanto místicas, por la hoja de coca, como culturales o simplemente vivenciales, de conexión con una parte del pueblo que aún se mantiene o intenta, a pesar de la modernidad galopante, ser real.
Qosqo es una ciudad que te atrapa. El lugar elegido al cual siempre quieres regresar. Perderse en sus calles de piedra, que recuerdan al mismo tiempo a ciudades europeas medievales y al portentoso imperio. La fuerza, kallpa, esa energía aún perdura, impregna las piedras, quizás un poco mezcladas después del terremoto del 50, que sirven de base a los muros.
Esta “presencia” de la magia de un pasado que no terminó de irse afecta a las personas para lo positivo como para lo negativo. El aún joven Hugo Neyra escribió en su libro Cusco tierra y muerte: “En el Cuzco todo es más fuerte, lleno de más vida”. El amor, el odio y por supuesto la relación del hombre con la Pachamama en sus cuatro niveles: El kay pacha (el mundo ordinario, la cotidianidad en la que discurre la “realidad” que habitamos), el Hanan Pacha (el mundo de arriba, lo celestial), el Uku Pacha (el mundo de abajo, lo infernal) y el
Hakaq Pacha (el universo que incluye además lo no material). Es entre estos niveles que fluctúa el espíritu del ser, oscila sin permanecer en ninguno. Es decir, un día se es divino, noble, otro solo normal y algunos…, infernal. Sin embargo, la gran ventaja de la ciudad es que desde hace décadas es el centro magnético de la Tierra, cuyo eje se desplazó desde el sagrado Tíbet atrayendo a miles de hippies y buscadores. Es así, que resulta idónea para las diversas prácticas espirituales basadas en la contemplación tal como se explica incluso desde la RAE: “Observación atenta y detenida de una realidad, especialmente cuando es tranquila y placentera. Reflexión serena, detenida, profunda e íntima sobre la divinidad, sus atributos y los misterios de la fe”.

Así, más allá de las esplendorosas discotecas y los continuos festejos, muchos de ellos de raíz prehispánica, Qosqo aún ofrece muchos espacios ideales para dedicarse a la contemplación. Lugares, Apus, ríos a cuyas donde uno se puede dedicar, explayar, en lo que dijo Edmond de Goncourt : “Todos los espíritus contemplativos son melancólicos; y así tiene que ser. Observan la vida. Mas no están en ella como actores, sino como meros testigos; ni participan de ninguna de sus mentirosas ilusiones ni embriagueces. Su estado normal es el de una melancólica serenidad.”